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  • Foto del escritorJuan Sebastian Ruales

Creer, por Joce Deux

Credere:

Kerd (corazón) y Dher (poner)

Creer:

tener fe, pensar que es posible


“Y abiertamente ofrecí mi corazón a la tierra noble y dolorida y prometí amarla con fidelidad hasta la muerte, sin miedo, con su pesada carga de fatalidad, y no despreciar ninguno de sus enigmas; así me ceñí a ella con su atadura mortal”


El Viaje de Mastorna, Federico Fellini.


A propósito del generoso ejercicio de los compañerxs en el primer pase de su trimestre (digamos que son Silvana y Juan Daniel, representando una escena de Los días de Julián Bisbal de Roberto “Tito” Cossa), he pensado acerca de la fe en el trabajo actoral.


Entrar en ese lugar de vulnerabilidad, la escena; y establecer una lógica con herramientas técnicas, devela la imposibilidad de habitar otro ser, el personaje. Sin embargo, he visto fe en miradas de estudiantes que, como piragón encendido, vive en ese fragmento de tiempo que se vuelve indivisible a las hondadas humanas.


El trabajo previo demanda concentración.

¿Concentración de qué?


En mi experiencia como observador/estudiante he creído erróneamente que la concentración es “útil” para la representación en la escena. Mediante la neurosis de querer pertenecer a otra piel, y generar un trabajo eficiente, controlado en lo que mi (pre)juicio interpreta como certeza, me ha puesto entre paredes inamovibles que secuestran al juego.


Cuando creo en lo que hago, como una decisión, el disfrute o placer de romper eso que creo que soy (social, física, sicológicamente), me permite entrar en distintas posibilidades, y me prepara para adquirir la única fe que me entusiasma, el aquí y ahora.


Entonces, es posible que la concentración radique en abandonar la intención de necesitar un fin: el personaje; y jugar, permearme, con lo que me puede transformar: el texto, la situación dada, mi compañerx, el frío, los nervios, la incomodidad, el dolor del cuerpo, el sueño, el aburrimiento, la frustración, los miedos, y una infinidad de sensaciones que aparecen y transitan en el devenir de un cuerpo náufrago en dudas.


No me fío en aferrarme a ninguna de estas sensaciones, pero todas me cambian. El juego es ese pacto con mi idea del mundo; y cómo, en cada instante en el que el cuerpo toma una decisión, ese mundo se convierte en otra cosa y ese pacto se dilata, se descascara, me traiciona, y me traiciono a mí mismo.

La reinterpretación de lo que ocurre en esa inmediatez de construcción de nuevos sentidos, quizás sea el sitial de la fe escénica.


Por Joce Deux

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