Los libros son mis maestros*
Los libros son mis maestros; los autores, mis amigos; sus palabras, el aire que respiro. Soy actor, poeta, dramaturgo, hago comunicación y cine, todas ellas actividades vinculadas con la escritura. Mi relación con las letras es estrecha y goza de un amor apasionado. No siempre fue así. En el colegio perdí un año, en Literatura justamente, por razones que no vienen al caso este momento; el asunto es que esta mañana quiero demostrarles que las estanterías de los libros, me duelen tanto como los teatros vacíos o los maestros a los que olvidamos.
En un teatro, una mujer, trémula, quizá sofocada por el rubor que siente fente a un hombre hermoso y extrañamente andrajoso y maloliente, dice esto: Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aún más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo, que mis ojos deben ser, pues cuando es muerte el beber, beben más, y desta suerte, viendo que el ver me da muerte, estoy muriendo por ver. ¡Pero véate yo y muera, que no sé, rendido ya, si el verte muerte me da, el no verte que me diera! Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte. Fuera muerte. Desta suerte, su rigor he ponderado, pues dar la vida a un desdichado, es dar a un dichoso muerte.
Vestida de hombre, de soldado, Rosaura habla y cuenta la incomprensible sensación que le ronda cuando ve a Segismundo en su lecho de cárcel, como un despojo viviente. Su monólogo está publicado, en un texto que vió la luz en 1637, un año después de haber sido escrita y estrenada por Pedro Calderón de la Barca. ¿Pero cómo puede ser que una obra de teatro haya sido estrenada sin ser publicada? ¿No es acaso necesario que las palabras estén contenidas en un libro, que ha salido de una imprenta, bendecida por la mano editorial, que a su vez está sacralizada por alguna academia que da la autorización para que una obra vea la luz? Quiero recordarles el lema con el que nace la Real Academia Española de la Lengua: Limpia, Fija y da Esplendor. No quiero aburrirles con charlas insustanciales, tampoco quiero parecerme a un profesor de colegio, ese que todos recordamos, lamentablemente, que no supo seducirnos, y no como aquel -o aquella- que nos enamoró con fórmulas químicas, con dibujos imposibles, con ecuaciones mágicas… Ese que dejaba traslucir su vivencia personal, mientras hablaba de los accidentes literarios, o de corrientes filosóficas. Hablo de amor platónico, en el sentido estrico que lo planteara el griego en su maravilloso Banquete: El amor que reproduce sabiduría, que hace del afecto una comunidad de hombres.
Volviendo a Calderón de la Barca y a la Real Academia, y a su lema, les invito a reflexionar sobre lo vivo que está el idioma, en la calle, en el patio de recreo, antes, en el patio del corral de comedias; y es que hay algo que nos une, a ustedes y a mí: la vida de la calle. Yo soy actor de Teatro (a veces de Cine), ustedes, alumnos de una academia colegial, el Bachillerato o la Universidad y somos nosotros quienes hacemos de la lengua un instrumento vivo. ¿Sabían ustedes que sin el Teatro, la lengua española no sería tal y como la conocemos ahora? Durante aproximadamente 150 años, en el Siglo de Oro, en los corrales de comedias, que eran como las casas del centro de Quito, con un patio en medio de la edificiación, los dramaturgos escribieron miles de obas de teatro que fueron degustadas por nobles y plebeyos, por comerciantes y gente culta, por niños y ancianos, por jóvenes que enriquecieron su lenguaje a punta de vino, jamón, queso y pan… como en el recreo. Ahí, la lengua española, que se forjó en el clasicismo renacentista, se enriquece, precisamente al retorcerse, al ceder a la vida que está en el patio del corral, que como en el recreo, alberga el uso de la lengua. Imagínense esos corrales de comedias, con gente sentada en el patio, bebiendo, riendo, comiendo: brow, mijín, dame chance, mijitrix… La lengua está viva, es un fenómeno, no un objeto inane. «Letras sin virtud, son perlas en el muladar» decía el Manco de Lepanto, ¿Saben quien es? Miguel de Cervantes, uno de los más grandes escritores de la lengua española o castellana, sin embargo él mismo llamaba a Lope de Vega, quizá el dramaturgo más grande del Siglo de Oro: “Monstruo de la Naturaleza”, reconociendo su capacidad, admirándola y dándole el lugar académico que finalmente todos reconocemos hoy en día.
Durante 150 años los dramaturgos escribieron miles “comedias” y entregaron a la humanidad dos regalos formidables: el idioma castellano y el Teatro, tal y como lo conocemos ahora: actos, escenas, teatros, telones, bamalinas, etc. Según Juan Pérez Moltalbán, sólo Lope de Vega escribió más de 1800 comedias, de las cuales han quedado 316. Luego del idioma vienen los libros, y gracias a ellos el prodigio de acercarnos a esas historias, a esas palabras. Borges, el ciego de Buenos Aires, decía -según su viuda, la escuché personalmente en Madrid en el año 99-, que todo lo que ha inventado el hombre es una extensión de la mano: la pala, el peine, la cuchara; una extensión de los sentidos: la cámara de fotos, la computadora… todo, menos el libro: extensión del pensamiento.
Para nosotros, los artistas, el Teatro no es una muda estantería en una librería o biblioteca, no es ni siquiera un libro. Es decir, no es un fenómeno lingüístico, ni literario, es vida. Es imposible imaginar una obra de teatro sin hacerla. Hablando de mudas estanterías, ¿han ido a una librería y han visto lo pequeñas que son -y se están volviendo- las estanterías de Teatro? En comparación con los libros de autoayuda o la literatura comercial, el Teatro, o peor aún , la Poesía, que cada vez, lamentablemente, tiene menos lectores. Las leyes del mercado no son las mejores amigas del arte ni del humanismo. El 23 de abril, se celebra el día del libro. ¿Saben ustedes cuales fueron las razones por las que la UNESCO lo nombró así? Pues el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra, la muerte -y probablemente también el nacimiento- de William Shakespeare y la muerte de Inca Garcilaso de la Vega. Es un doble reconocimiento a la lengua española, tomando en cuenta que en la francofonía se publican muchisimos libros más que en otras lenguas, comparativamente, claro. Para mí, el Teatro, el Arte son los libros. Vaya contradicción, diréis, ¿verdad? Y pese a contradecirme, y a ser un militante del aquí y el ahora, soy un respetuoso de los autores y su palabra. No adapto los textos para se que sean “más cool”, para que suenen a “enchufetv”, para “engañar” a mi audiencia… No. El lenguaje es hermoso y difícil, y quizá aquí viene mi punto de vista más amargo: nos resulta difícil seguramente porque no hemos tenido algún maestro que nos haya seducido con la palabra magnífica de los autores Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe. Lope de Vega escribió esto hace más de 400 años y parece escrito por un adolescente. Un gran maestro mío de la universidad, poeta, me dijo, una vez, que cuando uno lee poesía y siente que el poeta te arrebató esas palabras con antelación, entonces ése es un buen poeta, un plagiador de emociones.
Quiero terminar expresando mi más profunda tristeza por todos esos teatros que permanecen vacíos. ¿Saben ustedes cuentos teatros de colegios públicos y privados están vacíos o sólo sirven para actos de graduación o ceremonias aburridas, institucionales? Si cierro los ojos pienso en el hermoso teatro del antiguo Colegio San Gabriel, en el pequeño teatro del Colegio Mejía, en el gran teatro del Colegio 24 de mayo... Vacíos de creación, de palabras, de amor. Es una realidad triste. ¿Cuántos de sus maestros les llevan, o llevaron, al teatro? ¿Cuántos de ellos les han hecho leer a Chéjov? ¿Ibsen? ¿Strindberg? ¿Gonzalo Escudero? ¿Aristides Vargas? ¿Lope de Vega? ¿Sófocles? ¿Platón?
Soy un actor que intenta ganarse la vida con el Teatro que hace, y la verdad no hago poco Teatro. Mi Teatro llama a grandes autores de todos los tiempos aponerse en escena nuevamente. Tengo una sala de cincuenta personas en el centro de Quito, una ciudad de dos millones y medio de personas. Casi nunca la lleno. No puedo vivir del Teatro.
Vivo en un país que tiene un Ministerio de Educación y uno de Cultura y mi país no tiene, lamentablemente una política de educación cultural y artística. Mi país mata el Arte en la Educación. Mi país me mata. Aún y así, terco y enamorado de las palabras, hoy, en el día del libro quisiera ser un personaje de Shakespeare, aquel que grita desesperado: Dejadme solo amigos… ¡He aquí la hora de los hechizos nocturnos, cuando bostezan las tumbas, y el mismo infierno exhala su soplo pestilente por el mundo! ¡Ahora podría yo sorber sangre caliente, y ejecutar tales horrores, que el día se estremecería al contemplarlos! ¡Calma! Vamos a mi madre ¡Oh corazón mío no abandones tu sensibilidad! ¡Que el alma de Nerón no halle cabida en este firme pecho! ¡Sea yo cruel, mas no inhumano! ¡No usaré del puñal, aunque puñales sean para ella mis palabras! ¡Que mi lengua, como mi alma, sean en esto hipócritas, que por mucho que la amenace y la zahiera con mis execraciones, no consientas, alma mía, sellarlas con la acción! Muchas gracias.
*Intervención para el evento El Libro y el Maestro, organizado por el Ministerio de Educación del Ecuador, el 23 de abril de 2019.